sábado, 10 de enero de 2009

Digitalia

Ahí estaba, de espalda, sin imaginarse que me encontrara tras de ella. Me acerqué con cautela, propiciando un encuentro casual, pero no se percató de mi presencia. No quería tener que saludarla yo, sino que esperaba que por su propia iniaciativa ella lo hiciera. Pero aún no se había dado cuenta de que la estaba acechando, y actuaba como si nada estuviese sucediendo. Pensé que convendría acercarme más, y entrar a su campo de visión; así al menos no tendría cómo evadirme. Nada sucedió. La miré de frente, a los ojos, pero no encontré respuesta en su mirada. Sus pupilas apuntaban a la distancia. Triste, y completamente humillado, hice lo que no quería. La salude con un aire de ternura. Ella respondió con un saludo frío que dejé escapar. Intenté comenzar una conversación, pero ella se quedó callada, y no contestó ninguna de mis preguntas. Recordé los días en los que intenté comenzar a amarla, y que recibí algunos signos de interés de ella. Ahora nada quedaba. Ni la dureza de sus letras, ni la profundidad de su mirada. Después de un rato, simplemente entendí que se había desconectado; y que yo flotaba solo en el espacio. El ciberespacio.

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