miércoles, 7 de enero de 2009

Casa

Lo último que dije fue que se me estaban agotando la fe. Ella no lo entendió, pues, desde su experiencia, ninguna de mis palabras podía tener sentido. Su reacción inmediata fue reprochar mi actitud y tildarla de frágil. Y como en el fondo sus racionamientos se podía rescatar una estructura verbal coherente, tuve que darle la razón. Hablé de la suerte y de los designios azarosos, pero ella no pudo comprenderme... Era lógico pensar que si alguien hubiese podido entender las profundas causas de mi aflicción, ese alguien habría tenido que ser yo mismo. Hace tiempo que no me sentía tan solo y tan incomprendido.

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